¿Alguna vez te has arrepentido de decirle “sí” a un plan con tu pareja cuando en realidad no querías hacerlo? ¿O te has quedado con las ganas de decirle a un familiar que está cruzando un límite con sus comentarios? Aprender a ponerle límites a las personas que nos rodean, incluso si son alguien a quien queremos mucho es un acto de amor propio y no de egoísmo como puedes llegar a pensar.
Si quieres aprender a poner límites sin sentir culpa, este texto es para ti. Aquí exploraremos cómo establecerlos en nuestras relaciones afectivas (pareja, amistad o familia) sin cargar con la culpa que muchas veces nos enseñaron a sentir.
Algunas de las razones más comunes por las que nos puede costar poner límites son:
Un límite no es un castigo, es una declaración de lo que necesitas para sentirte bien. No se trata de controlar a otras personas, sino de proteger tu bienestar. Además, la manera en la que manifiestes tu incomodidad o inconformidad con algo es clave para que tú te sientas bien de expresarlo y que la otra persona pueda entenderte.
Ejemplos: “No quiero hablar ahora”, “No me siento cómoda con ese comentario”, “Necesito tiempo para mí”.
Recuerda hablar desde tu experiencia: lo que sientes, lo que necesitas. Evita interpretar las intenciones del otro con frases como “tú quisiste decir” o “tú me hiciste sentir”.
Reconoce tus emociones: si algo te incomoda, es válido.
Usa la comunicación asertiva: firmeza sin agresión.
Anticípate a la culpa: es normal sentirla, pero no significa que estés haciendo algo mal.
Recuerda que los vínculos sanos respetan los límites
Además de brindarnos bienestar emocional, poner límites implica romper con pensamientos que nos mantienen al margen o que en casos más graves nos pueden llevar a situaciones de violencia:
¡No tengas miedo de expresarte o perder a una persona! Recuerda que poner límites no aleja a las personas adecuadas, las acerca. Es un proceso que implica valentía, práctica y mucha autocompasión. Porque mereces relaciones que te nutran, no que te desgasten.