Perder a alguien que amamos es una de las experiencias más dolorosas que podemos atravesar. El duelo nos sacude, nos descoloca, nos cambia. Al principio, el dolor parece abrumador y, aunque es natural sentirnos devastadas o vacías, llega un punto en que sanar no solo es posible, sino necesario. No para olvidar, sino para aprender a vivir con la ausencia.
Sin embargo, hay pérdidas que nos sobrepasan. Nos sentimos paralizados, sin rumbo, como si una parte de nosotras se hubiese ido con esa persona. Y en esos momentos, cuando el sufrimiento parece inabarcable, la tanatología puede ser una guía fundamental.
De acuerdo con el Instituto Mexicano de Tanatología, esta disciplina busca dar sentido al proceso de la muerte, sus rituales y su impacto emocional. Se trata de una ciencia humanista que ve a las personas como seres integrales —biológicos, emocionales, sociales y espirituales—, y que también acompaña otros tipos de pérdida más allá de la muerte física.
La tanatología ofrece apoyo profesional tanto a personas en etapa terminal como a sus familias, y también brinda contención a quienes atraviesan duelos por separaciones, enfermedades crónicas, pérdidas emocionales o incluso transformaciones drásticas en su estilo de vida.
No todas las personas necesitan el mismo tipo de acompañamiento para atravesar un duelo. Pero en ciertos momentos, la intervención tanatológica puede marcar la diferencia, como por ejemplo:
Cuando una familia enfrenta el diagnóstico de una enfermedad terminal y el miedo o la tristeza se vuelven inmanejables.
Si la persona enferma experimenta angustia, desesperanza o aislamiento.
En duelos provocados por muertes inesperadas, trágicas, violentas o súbitas.
Tras la muerte de un niño o niña, o cuando menores lidian con la pérdida de figuras cercanas como madres, padres o abuelos.
En casos de intento de suicidio, tanto para la persona como para su entorno, para prevenir futuros episodios.
Ante pérdidas simbólicas: la ruptura de una relación importante, el despido laboral, una traición profunda, una amputación o cualquier situación que rompa el equilibrio emocional.
Buscar ayuda tanatológica no es señal de debilidad, sino de valor. Es reconocerse vulnerable y permitir que alguien nos acompañe en uno de los procesos más difíciles de la vida: aprender a soltar sin destruirnos en el intento. Porque aunque cada duelo es único, nadie debería transitarlo en completa soledad.